La educación sexual integral es, de acuerdo con la experta, el
eje central para prevenir los embarazos adolescentes, así
como para lograr que los que ocurren sean sólo los
deseados.
 
Margarita Fuster es especialista en ginecología infantojuvenil, e
integrante de la 2° Cátedra de Ginecología de la UNC, que funciona
en la Maternidad Nacional, donde está a cargo de la dirección
asistencial. Además, hace años que trabaja en talleres destinados a
adolescentes.
 
La educación sexual integral es, de acuerdo con la experta, el eje
central para prevenir los embarazos adolescentes, así como para
lograr que los que ocurren sean sólo los deseados. Pero advirtió de
que son varios los factores que inciden en esta situación, que abarcan
desde la propia idiosincrasia de los adolescentes hasta la negación del
mundo adulto de que la sexualidad se ejerce desde edades tempranas.
 
 
También destacó que, aunque la ley nacional de educación sexual en
las escuelas existe desde hace una década, su implementación es
relativa y no ha mostrado ser efectiva para disminuir los embarazos
tempranos.
 
“Lo que ocurre es que la educación sexual no es una materia más,
sino que debe ser trabajada de otra manera, en talleres participativos,
e incluso pensar en formar comunicadores jóvenes, porque es más
efectiva la comunicación entre pares que hablan el mismo lenguaje”,
consideró.
 
Fuster subrayó, además, que en esto hay tres pilares, y que cada uno
de ellos debe llevar adelante la parte que le toca: la familia, la escuela
y los médicos.
 
“La educación sexual empieza por casa. Los padres deben hablar de
sexualidad con sus hijos y deben admitir que el sexo existe en la
adolescencia desde edades tempranas. Y también tienen que saber
que mientras más informados estén los chicos, más tarde iniciarán las
relaciones sexuales y más se cuidarán tanto de un embarazo no
deseado como de adquirir una infección de transmisión sexual”,
puntualizó.
 
“Pero todavía hoy el tema sigue siendo tabú en muchas familias”,
dijo.
 
Con respecto a los médicos, Fuster advirtió que la adolescencia es la
etapa de la vida en la que menos se consulta. “Por eso, cada
oportunidad en la que vayan al médico debe ser aprovechada por el
profesional, lo que incluye cuando sacan el certificado médico
obligatorio”, señaló.
 
Y alertó: “El mayor problema es que, por su propia característica, el
adolescente se cree invulnerable y considera que nada le va a pasar,
incluso un embarazo”.
 
Y por eso mismo, la prevención no es un tema para los adolescentes,
que no van al médico ni a un centro de salud a preguntar cómo
cuidarse ni a pedir métodos anticonceptivos.
 
“Siempre me llama la atención que, a pesar de la buena oferta de
anticonceptivos –incluso el implante subdérmico, que se ha puesto un
montón–, los adolescentes no acuden a los consultorios”, señaló.
 
Cuestión social
 
En otro orden, Fuster indicó que en el embarazo adolescente también
pesa el proyecto de vida, que suele variar en función de la
pertenencia social.
 
“Mientras en los sectores medios y altos el proyecto de vida de una
adolescente suele ser tener una carrera, en la población más
vulnerable a veces ese proyecto pasa por ser madre”, señaló. “Y
además, la maternidad a edades tempranas suele reiterarse en las
distintas generaciones”. “Pero aunque este factor es más difícil de
modificar, también es parte de la educación sexual integral”,
concluyó.
 
 
Publicado en el diario La Voz del interior el 30/01/17